La Caja de Pandora

La joven tomo cuidadosamente el cofre y con esa finura que solo las mujeres son capaces de lograr la posó sobre su cama. Su tez blanca daba una falsa impresión de inocencia, mientras que su larga cabellera negra delataba sus intenciones. Por la ventana entraban la cálida luz del sol y la brisa del mar, húmeda, cálida, suave. Las cortinas de seda que colgaban de los postes de la cama bailaban alrededor de ella al compás de la brisa. Le acariciaban la piel, el cosquilleo que provocaba su roce impedía que ella se concentrara en sus pensamientos, como si quisieran que abriera la caja. El anciano le había dicho que esa caja no estaba destinada a ser abierta, que no existía hombre en la faz del mundo capaz de contener el poder que almacenaba. Pero ella era mujer, y todas las mujeres se sabían superiores a los hombres. Que ellos se quedaran con sus luchas de poder y sus escuelas, ella se quedaría con el cofre y su contenido. Cerró los ojos, suspiro profundamente, tomó la tapa del cofre con ambas manos y le dio un tirón a la rapa del cofre.

Se escuchó un rechinar de metal contra metal que sonó como el gemido de mil almas atormentadas y un remolino de viento surgió del cofre. Escupió al fútbol soccer, al fútbol americano, al básquetbol, al béisbol, al golf y a todos los demás deportes dominicales; después escupió a los autos, a las motos y a los aparatos electrónicos. Cuando la joven vio que salía una oleada de películas de acción, no pudo contener el horror y cerró el cofre. Corrió al risco que se encontraba cerca de su casa y maldiciendo su curiosidad se aventó de hacia el vació con todo y cofre. Desafortunadamente nunca supo que lo que faltaba por salir de la caja eran las comedias románticas y los dramas, la literatura, el teatro y las salidas a tomar café.

Miles de años después un grupo de buzos arqueólogos que se encontraban explorando una arrecife del mediterráneo encontró un cofre ...