lunes, julio 23, 2007

Un buen cognac

Era aquella hora de la madrugada donde los grillos callan y las aves comienzan a despertar, sin embargo no se puede decir que es el amanecer porque no hay ni un ápice de luz. Una gran ventana con cortinas lo suficientemente gruesas para impedir vislumbrar las estrellas pero lo suficientemente delgadas para ver la reinante oscuridad. Una lámpara de escritorio era la única fuente de luz, desafiando la oscuridad que se asomaba por la ventana, amenazando con devorarlo todo. En la frontera entre la lámpara y la ventana un sillón de piel, viejo, de esos que son imposibles de imitar por su olor más que por su comodidad y textura. Sobre el escritorio yacen diversos papeles, la mayoría sin importancia, lo importante es un libro que se encuentra abierto, una pluma fuente reposando en la hendidura que forma entre las hojas. La pluma aun se encuentra tibia y la tinta fresca. El sillón gira emitiendo su característico rechinido de llevar varios años funcionando durante los cuales nunca se ha aceitado a los resortes. Se escucha el encender de un cerillo, varias bocanadas de humo. El cerillo después de haber cumplido su función es intimidado por la oscuridad y se apaga. El humo se eleva sin prisa, quiere alejarse de la luz, llega al techo y comienza a serpentear buscando una salida al exterior. El cenicero de cobre que se encuentra al lado del sillón recibe las cenizas del puro.

“Es curioso”, piensa quien esta sentado en el sillón después de observar detenidamente al puro, “solo existe un libro cuyo escritor no puede sobrevivir”. En su mano derecha sostiene una copa, la lleva a sus labios y aprovecha para olerla. “Así como una buena historia se escribe con el corazón tanto como con la mano, un buen cognac se toma tanto por la nariz como por la boca”. El calor de la vida ya ha escapado de pluma fuente y la tinta que finamente garabatea las hojas se ha secado, aquel que se encuentra en el sillón lo sabe, apaga el puro en el cenicero de cobre, se termina el cognac de un sorbo y se gira. Observa detenidamente el libro frente a él, toma la pluma fuente le pone su tapa y la acomoda en la bolsa de su camisa. Cierra el libro con reverencial cuidado y lo observa detenidamente mientras su mano, como actuando con independencia de su dueño, abre el cajón que se encuentra a su derecha, extrae una caja de ébano, la deposita al lado del libro y extrae su contenido.

“Una auto-biografía con su escritor en vida es lo mismo que un cognac fabricado por un abstemio”. Afuera, en la oscuridad, las aves despertaron abruptamente por el ruido de un balazo, la lámpara de escritorio continuó desafiando a la oscuridad en espera del amanecer...